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“Nosotros No Tenemos Armas Para Echar A Pique Sus Fuerzas Navales,
Pero Tenemos el Arma de Echar a Pique Su Prestigio en El Mundo.” Albizu 1930

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En recuerdo de Don Juan Antonio Corretjer

Por Michael Deustch
People’s Law Office-Chicago
abril 2008

Lee el artículo en inglés.

Las celebraciones marcando el centésimo aniversario del nacimiento de Juan Antonio Corretjer “poeta nacional de Puerto Rico e independentista revolucionario” despertaron mis memorias de este gran hombre. Tuve el privilegio de haber conocido y pasado tiempo con Don Juan durante los 70’s y principios de los 80 como resultado de mi trabajo como abogado para los prisioneros puertorriqueños Nacionalistas. Fui introducida a Corretjer en varias ocasiones, pero no lo llegué a conocerlo hasta que tuve una oportunidad extraordinaria de acompañarlo a la Prisión Federal Leavenworth para inducirle el acceso a la prisión como mi asistente legal, y así­ hacer posible que visite los prisioneros nacionalistas Irvin Flores y Oscar Collazo.

Durante nuestros viajes a la prisión, Don Juan me relató la historia del Partido Nacionalista, Albizu Campos, los juicios y la represión durante los años 30. Aquí estaba un hombre en el centro de la tormenta, el secretario general del Partido Nacionalista, compartiendo sus experiencias mientras que viajábamos por las llanuras de la región nor-central de los Estados Unidos. Estaba hipnotizada por sus palabras y sentía la gran fortuna de poder escucharlas.

Obtener el acceso a la prisión con Don Juan como mi asistente legal nunca era asegurado. Sin embargo, el proceso se dio sin problemas, y entramos al área de visita para esperar por Oscar e Irvin. Cuando llegaron y vieron Corretjer sentado ahí, sus caras demostraron primero la gran sorpresa corrido por la alegría total de ver su compatriota al cual no esperaban. Sentí que era testigo de la historia, el primer encuentro de estos revolucionarios Puertorriqueños en más de 30 años. Rememoraron sobre sus amigos, el estado del movimiento de la independencia y la campaña internacional para la liberación de los 5 prisioneros Nacionalistas. En todo momento me sentí un sobrecogimiento, sentada ahí, de estos hombres valientes quienes habían sacrificado tanto por la libertad de su país, y a pesar de las privaciones que soportaron, mantuvieron su dignidad y su fuerza. También me sentí movida por ternura y el respeto profundo que mostraron el uno hacía el otro al relacionarse.

Al dejar Kansas y despedirme de Don Juan, me dio las gracias por haber facilitado la visita y nuevamente me asombró so ternura. No fue mucho después que tuve la oportunidad de reunirme con Don Juan de nuevo, y el tuvo una oportunidad inesperada para devolverme el favor. Yo había viajado a Puerto Rico para unas reuniones sobre la campaña “La Liberación de los Nacionalistas” y la campaña para resistir los ataques del gran jurado federal sobre el movimiento independentista.

Fui invitada al hogar de Don Juan y su esposa Consuelo Lee, una gran revolucionaria por derecho propio. Me mostraron su casita humilde en Guaynabo, lleno de libros y obras de arte de Puerto Rico y el movimiento independentista, y nos sentamos en su patio pequeño para discutir las campañas políticas. Me contó del trabajo de Fermin Arriza, un abogado independentista, y sus esfuerzos para plantear la cuestión de los derechos de luchadores independentistas de Puerto Rico encarcelados para obtener el estado de prisioneros de guerra, mientras que explicaba que Puerto Rico fue un país interpuesto por el imperialismo Estadounidense, y un país en guerra desde 1898. Fue esta discusión que proveyó la base de nuestro equipo legal para el apoyo jurídico de la demanda por William Morales para el estado de Prisionero de Guerra, junto con otros miembros de la FALN capturados y encarcelados en Abril del 1980.

En medio de esta conversación Don Juan sugirió que fuéramos a visitar Pedro Saade, un abogado independentista encarcelado por negarse a testificar ante un gran jurado federal, quién estaba en la prisión Princesa, cerca. Don Juan esperaba poder entrar a la prisión como mi asistente legal de nuevo. Al entrar la prisión exterior nos encontramos con un oficial a cargo quién examinó mis credenciales de abogado estadounidense con gran escepticismo. Miró mi tarjeta de abogado y luego me miró a mí lentamente, moviendo su cabeza de lado a lado. Entonces miró a Don Juan y de nuevo mi tarjeta, cuando simplemente dijo: “para un caballero de Puerto Rico, lo dejo entrar.” Fue el respeto de este oficial, y su admiración por Don Juan, que nos dio la entrada para visitar Pedro Saade ese día, no mis credenciales de abogado.

Varios años después, recogí el teléfono en mi hogar sólo para escuchar la voz de Don Juan. Me estaba llamando para contarme de la vista de sentencia en una corte federal en Brooklyn para Carlos Noya y Federico Cintrón, por negarse a testificar ante un gran jurado. Muchas de las figuras principales del movimiento independentista habían testificado por ellos, incluyendo Nieves Falcón, Rubén Berríos y el abogado Luis Camacho. Fue una vista importante en los Estados Unidos, y quisiera haber estado ahí, pero no pude. Don Juan me estaba llamando para contarme de los hechos de la vista, sabiendo que anhelaba asistirlas yo mismo. Luego de revisar las declaraciones, comentó que yo estaba en sus pensamientos, y que había hecho falta en los procedimientos. Que este gran personaje del movimiento independentista, un hombre ya en sus setentas había hecho el esfuerzo de llamarme para decirme que yo hacía falta en la vista fue por lo tanto muy conmovedor. Realmente subrayó esa calidad humana de este hombre extraordinario. Nunca me olvidaré de este revolucionario y su gran dignidad y bondad.

Michael E. Deutsch

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